SINIESTRO ASESINO AÚN SE ENCUENTRA PRÓFUGO
Tras semanas de homicidios inexplicables, el desconocido asesino todavía ronda por la zona. Después de las pocas pruebas que se han encontrado, una joven afirma que sobrevivió a uno de los ataques del asesino, y nos cuenta su historia con valentía:
«Tuve un mal sueño y me desperté en medio de la noche», dice la joven: «Noté que por alguna razón la ventana estaba abierta, aunque recordaba haberla cerrado antes de irme a la cama. Me levanté y la cerré una vez más. Después sólo me metí debajo de las sábanas y traté de volver a dormir. Fue entonces cuando tuve una sensación extraña, como si alguien me estuviera observando. Miré hacia arriba y casi salto de la cama. Ahí, bajo el pequeño rayo de luz que se colaba por las cortinas, había un par de ojos. No eran unos ojos normales, eran unos ojos oscuros y siniestros. Estaban rodeados de negro, y… simplemente me aterrorizó. En ese momento vi su boca, con una sonrisa larga, tan horrenda que hizo que todos los pelos de mi cuerpo se erizaran.
La figura se quedó allí, mirándome. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, lo dijo. Una simple frase, pero dicha de una manera en la que sólo un lunático podría decirla:
“Ve a dormir”.
Se me escapó un grito, eso hizo que él sacara un cuchillo. Su blanco era mi corazón; saltó encima de mi cama, pero yo me defendí. Le di una patada, él me golpeó, me sujetó y trató de inmovilizarme. Cuando mi padre entró de repente para auxiliarme, el hombre le encajó el cuchillo en el hombro. Probablemente habría acabado con él si uno de los vecinos no hubiera alertado a la policía.
La policía se dirigió hacia el estacionamiento y corrió a la puerta. El hombre se volteó y corrió por el pasillo. Escuché un ruido, como si se hubiera roto un cristal. Al salir de mi cuarto vi que la ventana que apuntaba hacia la parte posterior de mi casa se había roto. Me asomé únicamente para verlo desaparecer en la distancia.
Les puedo asegurar una cosa: nunca olvidaré esa cara… aquellos ojos fríos y esa sonrisa psicópata nunca saldrán de mi cabeza».
La policía todavía está buscando a este hombre. Si usted ve a alguien que encaja con la descripción de esta historia, por favor póngase en contacto con su departamento de policía local.
Jeff y su familia acababan de mudarse a un nuevo vecindario. Su padre había conseguido un ascenso en el trabajo, y pensaron que sería mejor vivir en una de esas casas de «fantasía». Jeff y su hermano Liu no podían quejarse.
Mientras desempacaban, uno de sus vecinos pasó por allí.
—Hola —saludó—, soy Bárbara. Vivo al otro lado de la calle, sólo quería presentarnos a mí y a mi hijo —Se dio la vuelta y llamó a su hijo—. Billy, estos son nuestros nuevos vecinos. —Billy saludó y corrió de nuevo a jugar en su patio.
—Bueno —dijo la madre de Jeff—, yo soy Margaret, éste es mi marido Peter y ellos mis dos hijos, Jeff y Liu. —Cada uno se presentó, y luego Bárbara los invitó al cumpleaños de su hijo. Jeff y su hermano intentaron protestar, pero su madre le dijo a Bárbara que «les encantaría». Cuando Bárbara por fin se fue, Jeff confrontó a su madre:
—Mamá, ¿por qué nos invita a una fiesta infantil? Por si no lo ha notado, ya no soy un niño.
—Jeff —dijo su madre—, nos acabamos de mudar aquí, debemos pasar tiempo con nuestros vecinos. Iremos a esa fiesta y es definitivo. —Jeff intentó protestar de nuevo, pero se resignó, sabiendo que no podría hacerla cambiar de parecer. Siempre que su mamá decía que algo era definitivo, era definitivo.
Jeff fue a su cuarto y se dejó caer sobre su cama. Se acostó mirando al techo, y de pronto tuvo una sensación extraña. No era tanto un malestar, sino… una sensación extraña. La dejó de lado cuando escuchó a su madre llamándolo para que ayudara a cagar unas cajas en el piso de abajo.
Al día siguiente, Jeff bajó por las escaleras a desayunar y alistarse para el instituto. Cuando él y Liu terminaron de comer, salieron a tomar el autobús. Mientas lo esperaban, de la nada, un chico en una patineta saltó cerca de ellos a la altura de sus rodillas. Ambos retrocedieron por la sorpresa.
—¡Hey! ¿Qué diablos?
El chico aterrizó y se giró hacia ellos. Parecía tener alrededor de catorce años, un año menos que Jeff. Vestía con una camisa de Aeropostal y un pantalón rasgado.
—Vaya, vaya, vaya. Parece que tenemos un poco de carne fresca —De repente, otros dos chicos aparecieron. Uno era súper delgado y el otro era enorme—. Bien, ya que son nuevos aquí, me gustaría presentarnos. El de ahí es Keith, y él es Troy. Yo soy Randy. En este barrio, hay una pequeña cuota a pagar por el pasaje del autobús, si saben a lo que me refiero —Jeff se puso de pie, listo para dejar viendo luces al chico, cuando uno de sus secuaces empuñó un cuchillo—. Hey, hey, esperaba que fueran más indulgentes, pero parece que tendremos que hacerlo de la manera difícil. — El chico se acercó a Liu y tomó la billetera de su bolsillo. Jeff tuvo esa sensación de nuevo, ahora más intensa; era una sensación de ardor. Liu le hizo gestos para que volviera a sentarse en la banca, pero Jeff lo ignoró y se acercó a los chicos.
—Escúchame bien maldito, devuélvele la billetera a mi hermano, o si no… —Randy puso la billetera en su bolsillo y sacó un cuchillo.
—¿Ah sí? ¿Qué vas a ha…? —Antes de que terminara la frase, Jeff le dio un puñetazo en la nariz. En lo que Randy se cubría su rostro, Jeff tomó su muñeca y se la torció; Randy gritó y Jeff le quitó el cuchillo de su mano. Troy se abalanzó contra Jeff, pero éste fue más rápido. Lanzó a Randy al suelo y apuñaló a Troy en el brazo. Luego Keith arremetió contra él, y Jeff ni siquiera necesitó el cuchillo. Sólo le dio un golpe en el estómago y Keith cayó al suelo. Liu no hizo más que mirar con asombro a su hermano.
—Jeff, ¿cómo lo hiciste? —Fue todo lo que alcanzó a decir. Vieron el autobús a lo lejos, y sabiendo que serían culpados por la escena, empezaron a correr tan rápido como pudieron. Mientras corrían, voltearon hacia atrás y lograron ver al conductor del autobús auxiliando a Randy y los otros.
Cuando Jeff y Liu llegaron al instituto, no se atrevieron a contar lo que pasó. Liu pensó en lo sucedido como que su hermano simplemente había golpeado a unos bravucones, pero Jeff sabía que era algo más. Era algo aterrador. Aquella sensación le hizo sentir poderoso, y la necesidad de… lastimar a alguien. No le agradaba cómo sonaba eso, pero no podía evitar sentirse feliz.
Al poco tiempo de que regresaran a casa Jeff oyó que llamaban a la puerta. Bajó al primer piso para encontrar a dos policías en la entrada, y a su madre, mirándolo con enojo.
—Jeff, estos oficiales me dicen que atacaste a tres niños. Que no fue una pelea normal, y que uno de ellos fue apuñalado. ¡Apuñalado, Jeff! —La mirada de Jeff cayó al suelo, demostrando a su madre que lo que decía era cierto.
—Mamá, fueron ellos los que nos sacaron cuchillos a mí y a Liu.
—Joven —dijo uno de los policías—, encontramos a tres chicos, uno con la nariz rota, otro apuñalado y uno con un moretón en el estómago; y tenemos varios testigos que los vieron huyendo de la escena. ¿Qué crees que nos dice eso? —Jeff sabía que era inútil. Podía decir que él y Liu habían sido atacados, pero no tenía pruebas de que no fueron ellos quienes atacaron primero—. Llama a tu hermano.
Jeff no podía hacerlo, ya que fue él quien hirió a los chicos.
—Señor, yo… yo lo hice —confesó Jeff—. Fui yo quien los atacó. Liu trató de detenerme, pero no pudo. —El policía miró a su compañero, y ambos asintieron.
—¡Esperen! —gritó Liu. Todos se sorprendieron al verlo sosteniendo un cuchillo; los oficiales llevaron sus manos a la funda de sus armas—. Fui yo, yo golpeé a esos bravucones. Tengo la evidencia para probarlo. —Levantó su camisa, revelando cortes y moretones, como si hubiera estado en una pelea.
—Hijo, el cuchillo —le advirtió el oficial, y Liu tiró el arma al suelo. Luego levantó sus manos y se acercó a los oficiales.
—No Liu, ¡fui yo! ¡Yo lo hice! —insistió Jeff, con lágrimas corriendo por su rostro.
—¿Ah? Pobre hermano, tratando de echarse la culpa por lo que yo hice —dijo Liu, y un oficial lo escoltó a la patrulla.
—¡Liu, diles que fui yo! ¡Diles! ¡Fui yo quien golpeó a los chicos!
Su madre lo tomó por los hombros.
—Jeff, por favor, no tienes que mentir. Ya sabemos que fue Liu, detente. —Jeff vio con impotencia cómo la patrulla se iba con Liu dentro. Unos minutos más tarde, su padre se estacionó en la acera, vio la cara de Jeff y supo que algo anda mal.
—Hijo, ¿qué tienes? —Jeff no pudo responder. En su lugar, su madre lo llevó a la cocina para ponerlo al tanto de lo sucedido. Más o menos una hora después Jeff regresó a su habitación; sólo quería dormir, y olvidarse de todo el asunto.
A la mañana del siguiente día fue despertado por su madre.
—Es el día —le dijo, abriendo las cortinas y dejando que la luz alumbrara el cuarto.
—¿Qué? ¿Qué día es hoy? —preguntó Jeff, somnoliento.
—Hoy es el cumpleaños de Billy —le respondió su madre, y Jeff se terminó de despertar.
—Debes estar bromeando. Cómo esperas que vaya a la fiesta de un niño que ni conozco, después de…
Hubo una pausa larga.
—Jeff, ambos sabemos lo que pasó. Creo que esta fiesta nos puede ayudar a relajarnos un poco. Así que, vístete.
Su madre salió de la habitación para alistarse también. Jeff se obligó a levantarse. Eligió una sudadera y un pantalón al azar y bajó por las escaleras. Se encontró con sus padres y partieron hacia la casa de Billy y Bárbara. Su padre tocó la puerta y Bárbara salió a recibirlos. Al entrar, notaron que sólo había adultos dentro de la casa.
—Los niños están en el patio. Jeff, ¿qué te parece si sales a conocerlos? —dijo Bárbara.
Jeff caminó afuera a un patio lleno de niños. Estaban corriendo de un lado a otro en trajes de vaquero raros y disparándose entre sí con pistolas de plástico. Uno de ellos se le acercó y le entregó una pistola y un sombrero.
—¿No quieres jugar? —dijo.
—Eh… no creo, niño. Estoy demasiado viejo para esas cosas.
El niño lo miró con cara de cachorro abandonado.
—Por fa —dijo.
—Está bien… —dijo Jeff. Se puso el sombrero y empezó a fingir que disparaba a los niños. Al principio pensaba que era una tontería, pero luego comenzó a divertirse realmente. Así que jugó con los niños por un rato, hasta que escuchó un ruido. Un ruido extraño, como de algo rodando. Entonces Randy, Troy y Keith saltaron todos al mismo tiempo por la valla en sus patinetas. Jeff tiró al suelo la pistola de juguete y se quitó el sombrero. Randy lo miró con un odio intenso.
—Jeff, ¿no? Tenemos algunos asuntos pendientes.
Jeff vio su nariz lastimada.
—Creo que estamos a mano. Les saqué la mierda y ustedes probablemente enviaron a mi hermano a un centro de detención de menores.
Randy tenía una mirada de enojo en su rostro.
—Oh, no, yo no me detengo hasta quedar «a mano», me detengo hasta ganar. Así que habrás ganado la primera vez, pero es mi turno de patearte el culo.
Mientras decía esto, Randy se lanzó sobre Jeff. Ambos cayeron al suelo. Randy lo golpeó en la nariz, y Jeff lo agarró por las orejas y le dio un cabezazo. Se lo sacó de encima y ambos se pusieron de pie. Los niños empezaron a gritar y los padres salieron de la casa. Troy y Keith sacó cada uno una pistola de su bolsillo.
—¡Que nadie nos interrumpa o volarán sesos!
Randy sacó un cuchillo y apuñaló a Jeff en el hombro; él gritó y cayó de rodillas. Randy empezó a darle patadas en la cara. Después de tres patadas, Jeff lo agarró del pie y se lo torció, haciendo que cayera al suelo. Jeff se levantó y quiso correr hacia sus padres; pero Troy lo bloqueó.
—¿Vas a algún lado? —le dijo, y lo empujó hacia atrás. Cuando Jeff quiso arremeter, Randy lo pateó en la espalda tirándolo al suelo. Empezó a patear repetidamente a Jeff, hasta que éste tosió sangre.
—Vamos Jeff, ¡pelea conmigo!
Randy lo arrastró hasta la cocina. Vio una botella de vodka en la mesa y la quebró en la cabeza de Jeff.
—Vamos Jeff, ¡mírame! —Jeff levantó la vista, con el rostro lleno de sangre—. ¡Yo envié a tu hermano a prisión, ¿y te vas a quedar sentado y dejarás que se pudra allí durante un año entero?! ¡Debería darte vergüenza!
Jeff empezó a levantarse.
—Oh, ¡por fin! —Jeff estaba de pie; sangre y vodka corrían por su rostro. Una vez más tuvo esa extraña sensación—. ¡Estás arriba! —dijo mientras corría hacia Jeff.
Entonces sucedió. Algo dentro de Jeff se rompió. Su mente se destruyó, todo pensamiento racional se había ido; lo único que podía hacer… era matar.
Agarró a Randy y lo tiró al suelo. Se puso encima de él y lo golpeó directamente en el corazón, y lo hizo de nuevo. Randy empezó a jadear. Jeff continuó golpeado, y golpe tras golpe, sangre brotaba del cuerpo de Randy; hasta que éste tomó un último aliento, y murió.
Todo el mundo tenía su mirada puesta en Jeff. Los padres, los niños llorando, incluso Troy y Keith; aunque estos optaron simplemente por apuntar sus armas hacia él. Jeff corrió hacia las escaleras, y Troy y Keith abrieron fuego. Ningún disparo dio en el blanco. Mientras subía por las escaleras, Jeff notó que lo perseguían, agotando sus municiones. Se metió en el baño, tomó el estante de las toallas y lo arrancó de la pared. Troy y Keith entraron, armados con cuchillos.
Keith batió su cuchillo contra Jeff, el cual retrocedió y le arrojó el estante con fuerza en la cara, dejándolo inconsciente. Ahora el único que quedaba era Troy. Aprovechando que estaba desprotegido, Troy agarró a Jeff por el cuello. Lo empujó contra la pared, botando un recipiente con lejía que estaba en el estante superior. Los quemó a ambos y los dos comenzaron a gritar. Jeff se limpió los ojos lo mejor que pudo, recogió el estante de las toallas y golpeó con él a Troy en la cabeza. Mientras Troy yacía allí, desangrándose, se le escapó una sonrisa siniestra.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Jeff. Keith sacó un encendedor y lo encendió—. Lo que es gracioso —empezó—, es que estás cubierto de alcohol y lejía.
Los ojos de Jeff se abrieron sorprendidos en lo que Keith le arrojó encima el encendedor. Tan pronto como entró en contacto con Jeff, las llamas encendieron el alcohol en el vodka. Mientras el alcohol lo quemaba, la lejía le blanqueaba su piel. Jeff dejó salir un alarido terrible. Trató de apagar el fuego rodando, pero no sirvió de nada, el alcohol había hecho de él un infierno andante. Corrió por el pasillo y tropezó en las escaleras. Lo último que vio fue a su madre tratando de extinguir las llamas. En ese momento se desmayó.
Cuando Jeff despertó tenía vendas alrededor de su rostro. No podía ver nada, pero sentía un yeso en su hombro y puntos de sutura en todo su cuerpo. Trató de levantarse, pero se dio cuenta de que había un catéter en su brazo. Una enfermera se apresuró a atenderlo.
—No creo que puedas salir de la cama todavía —dijo, ayudándolo a enderezarse. Jeff esperó sentado, sin poder ver nada, sin tener una idea de su entorno. Después de algunas horas escuchó a su madre.
—Cariño, tengo una gran noticia —le dijo—. Después de que todos los padres atestiguaran sobre lo que pasó en la fiesta, las autoridades decidieron retirar los cargos contra Liu —Esto hizo que Jeff casi saltara de la cama—. Lo traeré mañana, ¿está bien? —Su madre lo abrazó y se despidió de él.
Por las siguientes dos semanas se mantuvo la misma rutina de visitas en el hospital. Luego llegó el día en el que le quitarían sus vendajes. Su familia estuvo allí para verlo, ansiosos por ver cómo luciría.
—Esperemos que todo salga bien —dijo el doctor. Lentamente tiró de la última venda, dejando expuesto el rostro de Jeff.
La madre de Jeff dio un grito al ver su rostro; Liu y su padre lo miraban pasmados.
—¿Qué? ¿Qué pasó con mi cara? —Jeff se levantó de la cama y corrió hacia el baño. Se miró en el espejo y vio la causa de la angustia. Su rostro era… espantoso. Sus labios se habían quemado al punto de volverse de una tonalidad más oscura de rojo. La piel en su rostro era de un color blanco puro, y su pelo chamuscado cambió de castaño a negro. Llevó una mano a su rostro; su piel se sentía como una especie de cuero. Volvió a mirar a su familia y luego miró de nuevo al espejo.
—Jeff —dijo Liu—, no está tan mal…
—¿«No está tan mal»? —remedó Jeff—. ¡Es perfecto! —Su familia se sorprendió. Jeff comenzó a reír incontrolablemente, y sus padres notaron que le temblaban las manos.
—Jeff… ¿te sientes bien?
—¿Bien? ¡Nunca me he sentido más feliz! —Rió—. Mírenme, ¡este rostro va perfecto conmigo!
—Doctor —dijo la madre de Jeff—, ¿está bien mi hijo… ya sabe, de la cabeza?
—Sí, este comportamiento es típico en los pacientes que han recibido cantidades excesivas de analgésicos. Si su comportamiento no mejora en unos días, tráiganlo de vuelta aquí, y le haremos un examen psicológico.
—Oh, muchas gracias doctor —La madre de Jeff se acercó a él—. Jeff, cariño, es hora de irse.
Jeff apartó su mirada del espejo, su cara todavía formaba una sonrisa maníaca.
—Seguro mamá —Pero no pudo dejar de reír. Su madre lo tomó de la mano y fueron a traer su ropa.
—Esto es lo que traía —dijo la señora en la recepción. La madre de Jeff miró los pantalones de vestir negro y la sudadera blanca que usó su hijo, ahora sin manchas de sangre. Luego de que se las puso, volvieron a casa, sin saber que ésta sería su último día de vida.
Esa misma noche, la madre de Jeff fue despertada por un sonido que provino del tocador. Sonaba como el llanto de alguien. Se acercó lentamente para ver lo que era; al llegar vio una escena aterradora. Jeff había tomado un cuchillo y se había tallado una sonrisa en las mejillas.
—Jeff, ¿qué estás…?
Jeff se percató de la presencia de su madre.
—No podía seguir sonriendo mamá. Me dolió después de un tiempo. Ahora, puedo sonreír para siempre. —Su madre notó sus ojos, bordeados de negro.
—¡Jeff, tus ojos!
Sus ojos no cerraban.
—Me había cansado y mis ojos comenzaban a cerrarse; no podía ver bien mi rostro. Me quemé los párpados para poder verlo en todo momento —La madre de Jeff empezó a retroceder, al darse cuenta de que su hijo se había desquiciado—. ¿Qué pasa mamá? ¿Acaso no soy hermoso?
—Sí, hijo —dijo ella—. Sí que lo eres. D-Déjame ir a buscar a papá, para que pueda ver tu rostro —Corrió a su habitación y empezó a sacudir a su esposo—. Mi amor, tenemos que llamar al hospital, Jeff… —Se detuvo cuando vio a Jeff en la puerta, sosteniendo un cuchillo.
—Mentiste, mami. —Eso fue lo último que escucharon antes de que Jeff se precipitara hacia ellos, degollando a ambos.
Su hermano Liu se despertó sobresaltado por un ruido. No volvió a oír nada más, por lo que decidió regresar a dormir. Cuando estaba en la frontera del sueño, tuvo la extraña sensación de que alguien lo estaba observando. Miró hacia arriba, y sin permitirle decir nada Jeff le cubrió la boca con su mano. Poco a poco levantó el cuchillo, listo para clavarlo en Liu.
Su hermano empezó a tirar golpes al aire para escapar del agarre de Jeff.
—Shhhhh —dijo Jeff—. Ve a dormir.
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